Introducción: cuando la fe se enfrenta a la ideología
En toda nación, los cristianos están llamados a discernir los tiempos y evaluar las corrientes ideológicas que gobiernan el pensamiento social y político. Colombia no es la excepción. En medio de debates sobre justicia social, economía, moral y libertad, es necesario preguntarnos: ¿puede una ideología de corte socialista o progresista representar los valores del cristianismo bíblico?
Aunque muchos líderes políticos —incluido Gustavo Petro— han manifestado su admiración por ideas ligadas a la Teología de la Liberación y a visiones socialistas, estas corrientes parten de fundamentos filosóficos y antropológicos contrarios a la fe cristiana. Este análisis busca mostrar, con respeto y claridad, por qué el pensamiento político inspirado en el materialismo o el colectivismo no refleja el corazón del evangelio.
1. Raíces ideológicas del progresismo y el socialismo moderno
El socialismo moderno surge de la filosofía marxista, la cual interpreta la historia como una lucha de clases y busca redimir a la sociedad por medio de la revolución social. Según esta visión, el ser humano no necesita a Dios para alcanzar la justicia, sino que puede “liberarse” por medio del Estado, el control económico y la redistribución de recursos.
Esta raíz ideológica desplaza el papel redentor de Cristo y pone en su lugar al sistema político. Mientras la fe bíblica afirma que “solo Cristo puede transformar el corazón del hombre” (2 Corintios 5:17), el marxismo enseña que el cambio debe venir desde la estructura económica. Por eso, el socialismo —aun en sus formas democráticas o progresistas— tiende a idolatrar el Estado, convertirlo en un salvador social, y relativizar la moral cristiana para adaptarla a sus fines políticos.
2. La Teología de la Liberación: una distorsión del evangelio
En América Latina, el socialismo se infiltró en la iglesia a través de la llamada Teología de la Liberación, que interpreta la Biblia desde la lucha de clases. Su mensaje central no es la redención del alma por medio de Cristo, sino la liberación del oprimido por medio de la acción política.
Aunque es cierto que Dios aborrece la injusticia y llama a Su pueblo a defender al pobre (Proverbios 31:8–9), la Biblia enseña que la raíz del mal no está en las estructuras sociales, sino en el corazón humano (Jeremías 17:9). Cambiar el sistema sin cambiar el corazón solo sustituye una opresión por otra.
Cuando líderes políticos mezclan fe y revolución, están predicando un evangelio distinto: uno centrado en el poder humano, no en la cruz. El apóstol Pablo fue contundente: “Si alguno os predica un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas 1:9).
3. El colectivismo versus la responsabilidad individual
La ideología socialista tiende a disolver la responsabilidad individual en nombre del bien común. Promueve un Estado paternalista que promete suplir todas las necesidades del ciudadano, pero en el proceso, limita la libertad, la iniciativa y la dignidad del trabajo.
En contraste, el cristianismo enseña que cada persona fue creada a imagen de Dios, con libre albedrío, creatividad y responsabilidad moral. El apóstol Pablo exhorta: “El que no trabaja, que no coma” (2 Tesalonicenses 3:10). Este principio no es crueldad; es respeto a la responsabilidad personal.
Cuando el Estado asume el papel de proveedor universal, reemplaza el rol de la familia, la iglesia y la comunidad, y termina por crear dependencia en lugar de desarrollo. Por eso, aunque el discurso político de justicia social suena atractivo, sus medios y fines suelen contradecir los principios bíblicos de libertad y mayordomía.
4. Relativismo moral y destrucción de los valores cristianos
Otro aspecto clave del progresismo político es su tendencia al relativismo moral. Bajo el argumento de la inclusión y la diversidad, promueve leyes y políticas que desfiguran los valores familiares, redefinen la moral sexual y silencian la voz de la iglesia en el espacio público.
El cristianismo bíblico no es intolerante; es coherente con la verdad de Dios. Jesús enseñó que “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35). Cuando una ideología política intenta reescribir los principios eternos para adaptarlos al consenso social, está sustituyendo la autoridad divina por la opinión humana.
Los creyentes deben recordar que no toda justicia social es justicia bíblica. Dios ama la equidad, pero nunca a costa de la verdad. Una nación no puede alcanzar verdadera libertad mientras desprecia la ley moral del Creador.
5. El peligro de espiritualizar la política
Una de las grandes tentaciones de los tiempos modernos es convertir los proyectos políticos en misiones casi religiosas. En muchos discursos contemporáneos se habla de “redención del pueblo”, “reparación histórica” o “nuevo pacto social”, usando un lenguaje mesiánico que sustituye el propósito de Cristo por el de un líder o una ideología.
El evangelio no necesita mediadores políticos. Su mensaje es claro: solo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1 Timoteo 2:5). Cuando la fe cristiana se subordina a un proyecto ideológico, pierde su pureza y se convierte en instrumento del poder.
6. El llamado del creyente: discernimiento y testimonio
El Señor no nos llamó a seguir hombres, sino a seguir Su Palabra. En tiempos donde los gobiernos promueven discursos de justicia social, inclusión o igualdad, los creyentes deben preguntar:
¿Estas políticas exaltan a Dios o desplazan Su autoridad?
¿Fomentan la verdad o justifican el pecado?
¿Fortalecen la familia o la diluyen?
La respuesta bíblica es clara: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). No toda idea justa es bíblica, y no toda causa popular es santa. Los cristianos deben participar en la sociedad, pero sin perder su identidad espiritual.
Conclusión: volver al evangelio puro de Jesucristo
El mensaje central de la Biblia no es político, es espiritual: reconciliar al hombre con Dios por medio de Cristo. Cualquier ideología que prometa redención sin cruz, justicia sin arrepentimiento o libertad sin obediencia a Dios, se convierte en un falso evangelio.
Los creyentes están llamados a ser luz en medio de la oscuridad ideológica, no a fusionar la fe con sistemas humanos. Las naciones cambian, los líderes pasan, pero la Palabra del Señor permanece para siempre.
“Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que él escogió como heredad para sí.”
(Salmo 33:12)





